La maduración de la uva es la etapa crucial, en
la que se forma la baya, tanto para consumir el fruto fresco o para
vinificación. Existen factores que afectan
a su desarrollo: el tipo de suelo, la disponibilidad hídrica y el clima de la
zona.
Con el envero comienza el ciclo de maduración de
la uva, hasta entonces, tanto las uvas blancas como tintas son verdes. A partir
de esta fase, las uvas evolucionan de modo diferente en función de si son
blancas o tintas: la uva blanca comienza a tomar un tono amarillo, mientras que
la tinta evoluciona a un color rojizo.
Las uvas, a excepción de otros frutos como las
manzanas o las peras, no madura tras su cosecha, esto se produce por la
intervención de las auxinas, un grupo de fitohormonas que funcionan como
reguladoras del crecimiento vegetal.
Es fundamental tener en cuenta que, cada uva es independiente
de otra en un mismo racimo, por lo que cada fruto alcanza la maduración en
momentos distintos.
Durante el proceso de maduración, la uva sufre
varios cambios. Primero engorda el fruto, esto es debido a la acumulación de
agua que, en ocasiones, llega a reventar la piel si el año es muy lluvioso.
También se produce una acumulación de azúcares, sobre todo glucosa y fructosa,
que marcarán el correcto desarrollo de la maduración. La cantidad de azúcar que
se forma durante esta fase está muy condicionada por la luz que recibe la
planta; cuantas más horas de sol, mayor es la duración de la fotosíntesis y la
producción de azúcares.
En cuanto a los compuestos aromáticos, los
terpenos, uno de los más importantes, se encuentran unidos a los azúcares. Esto
se liberan durante la fermentación y manifestando los aromas típicos para cada
variedad. Por último, los compuestos fenólicos experimentan un comportamiento
que depende del tipo de variedad de uva y del tejido de la misma.
La madurez fisiológica empieza cuando la uva ha
alcanzado su tamaño máximo y la concentración más alta de azúcares. En este
punto, el grano empieza a disminuir de tamaño, la uva pierde agua y se
pasifica. A partir de este momento, deja de sintetizar compuestos enólicamente
deseados para la elaboración del vino. Se registra un aumento en la
concentración de los componentes de la pulpa, en especial de los azúcares (a
causa de la deshidratación de la uva), y los compuestos aromáticos y fenólicos
empiezan a degradarse. Sin embargo, es preferible iniciar el proceso de
elaboración del vino con un principio de sobremaduración.
El momento de la cosecha es crucial para la
calidad del futuro vino. Cuando la uva se recoge verde, sin alcanzar la madurez
necesaria, el vino es ácido, con marcadas notas herbáceas y faltas de los
aromas que caracterizan a los diferentes caldos. En estos casos, las uvas
producen líquidos con poco color y astringentes ya que la acción de las enzimas
es escasa y el vino no clarifica bien.
Por el contrario, cuando las uvas están
sobremaduras, se obtienen productos faltos de acidez, fáciles de oxidar por el
alto pH y con ausencia de aromas. Es fundamental determinar el momento idóneo
para la cosecha de la uva. Uno de los criterios que sirven de guía es la
madurez tecnológica, basada en la medición de los ácidos y los azúcares de la
pulpa, aunque no tiene en cuenta el estado de madurez de la piel y la semilla.
En zonas cálidas, el proceso es más rápido que en el resto de los componentes
del grano, se llega a la madurez tecnológica con la semilla y la piel
inmaduras. El resultado son vinos herbáceos, ácidos y con poco color.