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¿Por qué se huele el vino?
04/07/2015

Los sentidos son fundamentales para poder apreciar un buen vino, ya que a través de ellos detectaremos si nos apetece o no beberlo.

“Oler el Vino” entra dentro del ritual de la cata y, es sin duda, uno de los pasos más importantes para detectar si ese vino es de nuestro agrado.

El primer paso a la hora de apreciar el aroma de un vino es acercarlo a la nariz (sin agitarlo), tras su servicio en la copa.  De esta manera se comprobará que no existen aromas desagradables (olores avinagrados, azufres, ajo, caucho o papel). Así mismo, es muy importante vigilar que la cristalería que se usa para la degustación del vino se haya secado al aire, para así no confundir los aromas.

Tras este primer contacto, se procede a mover la copa sosteniéndola por su pie. A través de este movimiento se los aromas del vino se airean, siendo el momento ideal para volver a acercar la copa a la nariz e, intentar reconocer los aromas que nos ofrece.

La primera sensación notable, y la más fácil de explicar, es la intensidad aromática. Según su potencia el vino se calificará por su intensidad desde débil hasta desarrollada, pasando por otros adjetivos como neutros, insípidos, discretos, cerrada, aromática, abierta, expresiva, fuerte o intensa.

El paso siguiente es observar la limpieza aromática, es decir su nitidez desde la ausencia de defectos.

Una noción más subjetiva que requiere experiencia es observar la armonía de los olores: el vino será desagradable o complejo, pasando por común, simple, fino, severo, elegante, refinado, armonioso y con clase.

Para el final, se realiza el ejercicio más espectacular: la identificación de los matices aromáticos.

Se suele proceder identificando un olor: la frambuesa, la vainilla, la rosa u otros. En esta etapa, se utiliza algún término instantáneo que describa el aroma sin mucha reflexión. Pero cuando no se identifica un aroma preciso se observaran impresiones agrupándolas por familias aromáticas.

Para distinguir los aromas se clasifican las diferentes gamas:

  • Los aromas primarios o varietales son muy característicos e identificables, predominan las series florales, frutales, vegetales, minerales y a veces especiadas.
  • Los aromas secundarios procedentes de las levaduras, de la transformación del azúcar en alcohol o de la fermentación maloláctica son los más frecuentes y abundantes en los vinos. En esta gama predominan las flores, las frutas, las especias y las notas vegetales.
  • Para los aromas de crianza o bouquet las gamas se multiplican: florales, frutales, miel, madera, café, chocolates, y otros.

Una vez la copa está vacía, la historia aromática no se detiene. Aún hasta la última gota del fondo de la copa dirá alguna cosa.

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